jueves, 11 de julio de 2002

Quebrantahuesos 02 nuevo recorrido

LA QUEBRANTAHUESOS-2002
ÉPICA Y AGONÍA EN LOS PIRINEOS
(Publicado en "El mundo de los Pirineos", nº 29, en septiembre de 2002)
Hablar de cicloturismo organizado en Pirineos es, hoy en día, hablar de la Quebrantahuesos. La perfecta organización, los paisajes de la cordillera, la dureza de sus puertos y, sobre todo, el fenomenal ambiente que se vive en Sabiñánigo ese fin de semana, hacen que todo aficionado a andar en bicicleta espere ansioso el momento de enfrentarse al atractivo reto de completar la Quebrantahuesos. Aunque, a veces, ésta se pueda convertir en un verdadero infierno.

Son las 8 de la mañana del sábado 22 de junio. El termómetro marca unos 20ºC y el sol ya se deja sentir en la piel. Todo apunta a un día de calor en Pirineos, y esto no es lo más adecuado para pedalear durante 230 km por estos puertos. Se da la salida y durante más de 20 minutos 4 600 cicloturistas comienzan, con ilusión y un cierto temor, la 12ª edición de la cita más importante del cicloturismo en España. Una cita renovada en su recorrido por un desprendimiento en el Portalet. Un nuevo recorrido que todos sabemos que será precioso en sus paisajes, pero que, aún, no sabemos que se nos hará tan duro.
Tras pasar Jaca y comenzar la aproximación al puerto de Somport ya hace calor. Más de uno paramos en alguna fuente sin esperar al avituallamiento de Candanchú. Beber suficiente agua va a ser nuestro principal pensamiento para muchos este día. Y cuando el agua se convierte en una obsesión es porque no la tenemos a nuestro alcance en la cantidad necesaria, y el fantasma del peligroso ‘golpe de calor’ nos acecha en todas las curvas.
En Candanchú la parada en el avituallamiento es obligada. Hace calor y hay que beber y comer, aunque esto último es más difícil cuando el estómago está aguado. En el fondo de nuestro cerebro, por lo menos en el mío, comienza a sonar la alarma, pues la combinación de sed constante y falta de apetito sólo pueden conducir a una cosa: una pájara. Algo nada recomendable en una marcha tan larga y exigente. Así que muchos comen por obligación, pero a otros no nos entra la comida. Pienso en darme la vuelta, pero... ¡es tan bonita la subida a la Piedra de San Martín, y Belagua, y Zuriza! Ya me recuperaré. Eso espero. Además, con tanta gente alrededor. Y no me refiero sólo a los participantes. Hay más de 800 voluntarios trabajando para que estemos a gusto. Retirarse casi me parece hacerles un feo.
Así que, bajo el Somport. Por lo menos no hay que dar pedales y hasta hace un poco de fresco ahora que hay sombras. La gente baja más relajada que en otras ocasiones. O al menos eso me parece. Las zonas más peligrosas están perfectamente señalizadas. En este aspecto la organización del Club Ciclista Edelweiss es ejemplar. ¡Qué despliegue de medios!
Ya en el fondo del valle, pasamos por el precioso pueblito de Lées-Athas. Con sus casitas, su iglesia y los montes al fondo configuran una hermosa postal de los Pirineos. Aquí comienza la subida de tres puertos encadenados que nos llevarán hasta el Col de la Piedra de San Martín, uno de los lugares mágicos de los Pirineos y escenario desde hace más de 600 años de la ceremonia del Tributo de las Tres Vacas. Pero está aún muy lejos, a 25 km de aquí, lo que pueden ser varias horas de reptar por una carretera tan encantadora como letal para muchos.
En las pocas fuentes que hay en los primeros kilómetros hacemos cola para refrescarnos y beber. Más arriba no hay agua, y pronto surge la psicosis de la deshidratación.
A partir de estos momentos ya nadie se acuerda de cómo disfrutábamos la tarde del viernes en el Polideportivo de Sabiñánigo tras la inscripción, mientras charlábamos con esos compañeros de carreteras con los que sólo coincidimos de vez en cuando, en alguna marcha. Pese a la sauna en la que se convierte este Polideportivo, muchos pasamos allí horas hablando, viendo la Feria, disfrutando del ambiente. Un ambiente con superpoblación, pero un ambiente único en este tipo de eventos.
Ahora tampoco nos acordamos de la cena del viernes en la que parece que si no comes macarrones eres un poco raro. Durante esta cena lo normal es hablar con los de la mesa de al lado, que casualmente siempre son novatos en la Quebrantahuesos y te piden con ansia datos y consejos. Tú los miras con condescendencia, como quien está por encima, pero en el fondo sabes que ése con quien hablas y que tan bisoño parece, seguramente andará mucho más que tú al día siguiente.
Tampoco nos acordamos del desayuno, hecho ya con el culotte puesto y con las piernas relucientes, aunque sí que nos acordamos de la mala noche pasada por culpa del calor y, por qué negarlo, de un cierto miedo escénico.
En el Col de la Piedra de San Martín los voluntarios hacen lo que pueden con su mejor sonrisa. Pese a todas las dificultades, siguen siendo unos campeones. Pero se ha terminado el agua y hace mucho calor. Muchos esperan ahí a ver si alguien les lleva a Sabiñánigo. Otros, en mejor estado o con menos paciencia, se lanzan hacia Belagua. El paisaje es magnífico, pero pocos pueden admirarlo. El Auñamendi es testigo lejano de la agonía de muchos.
La subida hacia Belabarze, hacia Zuriza, hasta este día era una subida fácil. Hoy parece el Tourmalet. No queda una sola sombra libre en la carretera, y algunos dejan la bici para bajar al río. En la única fuente que hay en la subida no menos de treinta personas hacen cola para poder beber.
Tras el hermoso valle de Zuriza, la carretera estrecha y sombreada hacia Ansó da un cierto respiro. Pero en Ansó el asfalto está derretido. Negro y brillante gotea por las ruedas de las bicis mientras los que han llegado hasta allí se esfuerzan por seguir avanzando, lentamente, penosamente.
Rebaso, ya montado en un coche salvador, a un conocido con el que coincidí en la salida, hace ya tanto tiempo. Entonces estábamos contentos. El ambientazo en el pueblo era pleno. Todo el mundo quería vernos salir, alegres, riendo, creando la fiesta de la Quebrantahuesos. Ahora estarán deseando vernos llegar, preocupados, inquietos.
El puerto del Vedao, entre Ansó y Echo, es la última subida del día. En teoría. Pues entre Puente La Reina y Jaca, los pocos repechos que hay son un muro infranqueable para muchos que miran con súplica a cada coche que les rebasa. En Jaca el termómetro marca 42ºC, y los voluntarios, infatigables, siguen señalando la ruta hasta Sabiñánigo, que queda allí lejos, a 18 km de agonía, de tortura. Algunos no pueden más y se retiran incluso a escasos 2 km de la llegada.
Poco a poco todos vamos arribando a la meta, al concurrido polideportivo donde esperan la cerveza, la comida y, de nuevo, las risas.
En la llegada se oyen comentarios sobre la dureza de esta edición de la Quebrantahuesos. Muchos juran que no volverán. Pero es mentira. Todos sabemos que el año que viene estaremos allí. Los Pirineos nos esperan, pacientes, señoriales, indiferentes a nuestros sufrimientos, sin hacer caso a nuestros llantos. Como un padre tras regañar a su hijo. Ellos saben que, pese a todo, les seguiremos queriendo.
(c) 2002. Javier Sánchez-Beaskoetxea

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