Todos los años igual, la sensación de que esto se acaba es algo que la gente del norte tenemos muy presente en otoño. Tras un intenso verano de rutas con gente nueva, de descubrir rincones inolvidables y de repetir otros a los que volverías todas las semanas. Llega el terrible cambio de hora y te ves privado de la luz y del calor del sol. El viento frío corta mi cara por las mañanas y cada vez cuesta más sacar días redondos con nuestra bicicleta.
Pero hay coincidencias que no se pueden dejar pasar. Vientos del sur suaves, ausencia de frentes borrascosos y dos días con un buen amigo para recorrer y explorar senderos Pirenaicos. Siempre he tenido la sensación que la preparación de algo, muchas veces iguala al placer que sentimos en su ejecución. No hay casi nada comparable al gusto de buscar sobre un mapa, aquel sendero que se intuía el año pasado desde tal o cual collado. A trazar una línea imaginaria sobre el papel, mientras sueñas con recorrerlo. Preparar el bolso, mochila,casco, protes y todo lo que puedas necesitar mañana. Esa sensación de querer dormirte para descansar mientras la excitación por todo lo que vas a vivir, no te deja casi ni cerrar los ojos.
Ya estábamos de par de mañana surcando la pista que nos elevaba por encima de los 2000 metros. Este primer acceso se lleva bien, mucha conversación de temas pendientes llenan los minutos ganando el primer peaje. A partir de ahí ya no habría artificios solo montaña y senderos naturales creados por el paso de animales (de cuatro o dos patas). Allí estábamos, avanzando lentamente con nuestras maquinas por aquel trabado sendero. No había prisa por acabar. Tan solo queríamos realizar todos y cada uno de los pasos que el camino nos ponía por delante. Cada nota de la partitura que ese año el pirineo había compuesto para nosotros en forma de obstáculos. Con la que hacíamos bailar a nuestras bicis a ritmo Pirenaico. Luego vinieron los porteos y finalmente la parada para recuperar fuerzas desde una atalaya inolvidable.
Iniciamos el recorrido por un estrecho sendero colgado en una ladera herbosa que tras doblar la esquina me lo mostró. El paraíso era aquí. Un valle, el valle…
Con verdes praderas recorridas por el tintineante brillo de las aguas de un riachuelo que se retorcía en su base. Con bosques frondosos de múltiples colores, que trepan por las laderas de sus montañas, coronadas por collados inhóspitos. Estaba lejos, todavía muy lejos pero sabía que el sendero me llevaría hasta el. Que más podía pedir. Quise detener el tiempo y me pare para intentar memorizar cada detalle de la imagen en mi mente. Pero no pudo ser, el tiempo seguía corriendo y la vida no se detenía. Los pájaros volaban, el viento soplaba y el sol seguía avanzando hacia el oeste. Ahí me di cuenta de lo efímero del aquel momento. Calcé mis calas y disfrute de cada piedra, de cada curva, de cada paso de aquel sendero, que me llevaba a mi valle soñado. La próxima vez, espero estar de nuevo preparado y volverlo a ver como aquel día. Quien sabe cuándo será, cuando volveré a encontrármelo...Aquel valle.
I
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